lunes, 19 de diciembre de 2011

Ángel Garcés Sanagustín (*): Hambre en España


 (Publicado en tribuna de Heraldo de Aragón 
el domingo 18 de diciembre de 2011)

(*) Ángel Garcés Sanagustín es profesor titular de Derecho Administrativo 
en la Universidad de Zaragoza. 

Las secuelas de la crisis están empezando a llegar al estómago de algunos de nuestros conciudadanos. Los servicios sociales están desbordados, las parroquias no dan abasto para atender el aluvión de peticiones que afectan a los aspectos más básicos de la subsistencia y cada vez se detectan más casos de niños que acuden al colegio sin desayunar. En los últimos meses, se puede presenciar en Zaragoza, a eso de las nueve de la noche,  una escena que pone los pelos de punta. Decenas de personas se arremolinan junto a las puertas de los supermercados esperando las bolsas de productos caducados que los empleados llevan a los contenedores.

Algunas de esas personas han pasado por todo el calvario que ha traído la crisis. Primero se les instaló en la cabeza, cuando surgió el miedo al despido, cuando intuyeron que su puesto de trabajo peligraba, cuando se consumó el despido. Luego descendió al corazón, y empezaron a sentirse culpables e inútiles, mientras se les cerraban todas las puertas e iban mermando las ayudas públicas. Por fin, se ha agarrado a las ácidas paredes de su estómago.

Si estamos ante la crisis económica más grave de los últimos ochenta años, habrá que convenir que también podemos estar ante las puertas del peor estallido social de las últimas décadas. Una cosa traerá la otra.

Quién nos iba a decir en el año que hemos conmemorado el centenario de la muerte de Costa que iba a reaparecer el hambre en la España urbana y europea. Quién nos iba a decir, a estas alturas de la película, que la burguesía catalana, Durán y Lleida, y la aristocracia castellano-andaluza, Cayetano Martínez de Irujo, volverían a coincidir en sus pulsiones clasistas a la hora de criticar y denostar a los trabajadores del campo andaluz, a los que ya no necesitan explotar gracias a las cuantiosas subvenciones europeas, estatales y autonómicas que reciben. Quién nos iba a decir que los hijos, sobrinos y nietos de Paco el Bajo y Azarías, los frágiles personajes de Los Santos Inocentes de Delibes, terminarían votando al PP. Quién nos iba a decir que en las barriadas obreras de Barcelona, que fueron el escenario de las andanzas del Pijoaparte –el iluso protagonista de Últimas tardes con Teresa de Marsé- y en el cinturón industrial de la metrópoli catalana iban a ganar las elecciones los representantes de la más rancia burguesía catalanista.

Vamos a vivir una Navidad mate sin aguinaldos. Recuerdo que, a pesar de haber nacido en una familia obrera en los tiempos de la “oprobiosa”, nunca pasé hambre ni carecí de ninguna cosa esencial, ni siquiera de valores. Presumo que tampoco pasaré hambre en el futuro, pero he de reconocer que cuando veo u oigo a Zapatero se me quita el apetito.