viernes, 13 de noviembre de 2009

José Mª Amigo Zamorano: La caida de D. Eusebio García Luengo


La primera vez que D. Eusebio García Luelmo nos habló de su claustrofobia fue en el bar Pinar de Las Navas del Marqués. Este bar está en la Avenida Principal antes del Generalísimo. Fuimos ha hablar con él a eso de las once de la mañana. Estaba en la mesa de la esquina, junto a la una de las dos ventanas. Según se entra a la izquierda. No tiene pérdida. Es pequeño. El bar. Tenía la taza del café con el platillo encima. Café que le duraba toda la mañana (luego, leyendo a escritores que lo conocieron en Madrid, nos enteramos que hizo siempre lo mismo). Lo tomaba con una magdalena. A veces, no siempre, se le caía algo de café en la camisa. De ahí las manchas que se le veía. Y no por mugre. No por falta de higiene. Hay que decir que vivía en la calle Cervantes ¡qué casualidad en un escritor! En un chalecito u hotel, como por aquí se les llama, y era atendido por una señora que moraba enfrente, la cual le hacía la comida y le levaba la ropa. Todo lo que el viejo escritor consentía. En cuanto a lo de la ropa amplia -nos contó- era porque, efectivamente, era prestada.
-Prestada por mis hijos e hijas, si. Pero que yo las elijo.
No se las elegían.
Y los zapatos... esos zapatos que parecían haber salido de un basurero... sin lustrar... como raidos... y demasiado grandes... tenían su explicación, llevaban su por qué.
-Tengo los pies muy delicados y con ellos me encuentro a gusto; no me molestan; otros zapatos, para mi, son un tormento.
(Sobre esto nada tenemos que decir; es más, nos acordamos de una anécdota contada por Trotsky acerca de una botas de Lenin: estaban en la opera y Lenin tenía una botas relucientes, nuevas y Trotsky se admiró de ellas y las comparó con sus zapatos demasiado viejos y con alguna raja; entonces Lenin le dijo que si quería se las cambiaba por los zapatos de Trotsky ; éste aceptó y luego estuvo quejándose todo el día porque le apretaban mucho y le hacía mucho daño; en cambio Lenin estubo muy a gusto con el cambio porque para él también habían resultado un tormento esas lustrosas botas y se vio liberado de semejante suplicio.)
En la calle Cervantes se pasaba los veranos D. Eusebio García Luengo; eso si, solo; soledad voluntaria porque podía no venirse a Las Navas; también obligada, ya que su mujer, la actriz Amparo Reyes, había muerto y los hijos tenían ya su amilia. Deciamos soledad voluntaria porque D. Eusebio García Luengo era de un individualismo feroz, rabioso. De una independencia encastillada en su intimidad. Tenía que ser de ser difícil convivir día a día con él. Y lo sabía. Como otras muchísimas cosas aunque a veces se hiciera el ignorante.
El vivir solo a esa edad tiene sus ventajas e inconvenientes. Ventajas, porque vives sin que nadie contemple las miserias de la vejez. Es decir, las dificultades a la hora de vestirse, o de comer sin dientes, o de mear o de mearse en los pantalones, de... E inconvenientes, muchos inconvenientes.
Y riesgos. Y peligros.
Veamos un ejemplo: muchas noches estábamos de tertulia en una mesa del bar El Sauco. En la terraza. En plena calle. Hasta altas horas de la noche. Luego lo acompañábamos un trecho, hasta la plaza que llaman del Cristo. No admitía más. Se negaba en redondo. Y emprendía la subida de la calle Navalperal. Hundiéndose en las sombras. Un día nos dijo que el trayecto hasta su casa lo tenía estudiado meticulosamente. Y es que le iba la vida en ello, porque ver ver, lo que se dice ver, no veía mucho, aunque más de lo que él declaraba.
Por cierto, todo lo que venimos escribiento lo averiguamos poco a poco. No era muy propenso a hablar de sus dificultades. Otro día nos aclaró que esto era por orgullo.
-Los tímidos somos muy orgullosos. Yo soy tímido.
Lo cual le obligaba a no tratar estos temas de la vejez. Timidez y vergüenza de seguir siendo carne que late. Que se emociona ante una hembra, por ejemplo. Es como si se viera a si mismo haciendo el ridículo ante la moza, siendo, como era, viejo; vejez que además reivindicaba.
-Soy viejo, viejo. No maduro, ni de la tercera edad. Eso es una memez. Yo soy viejo. Y aun siéndolo se me levanta todavía, ¡qué vergüenza!
Un verano nos fuimos nosotros varios días de vacaciones. A Zamora. Dejamos Las Navas del Marqués. Al volver, desde lejos, vimos, en la terraza de el bar Pinar, al escritor. Notamos un no sé qué en su rostro, como más llena la cara, y un poco más morena, casi oscura. Nos acercamos. Tenía un tanto hichada la cara y amoratada.
-Pues esto no es nada. Días atrás la tenía como una mora.
Nos explicó que una noche, como todas, se fue caminando, cuesta arriba, hasta su morada de la calle Cervantes. Un tramo de la calle Navalperal, por donde tenía que subir para llegar a su casa, estaba, y está, poco iluminado. De modo que, como siempre, emprendió la subida, no por la acera (que no le convenía, según nos dijo) sino por la calzada, siguiendo una línea cercana al bordillo de la acera de la derecha. Algunos, pocos coches, pasaban lanzándole ráfagas de luz, alguno le pitó. Unos metros más allá tenía que torcer a la izquierda abandonando la calle Navalperal. Miró hacia arriba y hacia abajo. Lo poco que podía mirar. Por si algún vehículo venía. Nada. Atravesó la calzada y se introdujo en la que calle que atraviesa la anterior. Son unos pocos metros, todos llanos, que tiene que andar para, desviándose ahora a la derecha, meterse en la calle donde tiene su casa. Ahora, vuelta a subir hasta llegar a la puerta de su vivienda. Sin embargo, está más iluminada. Se ve mejor. Le cuesta la subida. Se detiene a veces a descansar. Luego, ayudado por su bastón o garrote reemprende su andadura. Por fin la puerta de entrada a su chalecillo. Pero ahora tiene que salvar otra dificultad, la altura del bordillo. Lo tiene estudiado. Se coloca unos pasos más arriba de la puerta y apoyándose en el bastón, toma impulso y, como otras veces, sube a la acera y ya... Pero esta vez la previsión falla, el impulso no responde y tambaleándose cae de bruces a la calzada. Se desmaya. Poco tiempo. Medio mareado, no sabe como, quizás arrastrándose, atraviesa la puerta, sube unos peldaños, y se introduce en su jardincillo. Ignora si siguió arrastrándose. Lo cierto es que abrió la otra puerta, la propia de la casa, y se acostó. En la cama. Y se durmió. Envuelto en sangre.
Por la mañana, la mujer que lo cuidaba, que vive enfrente, ve sangre en la calzada, en el jardín y se asusta. Entra en la casa. Ve a don Eusebio en la cama. Llenas las sábanas de sangre. La señora se acuerda de que el escritor tiene un nieto en Las Navas que ha vivido con su abuelo temporadas. Le avisa. Llega de inmediato con su coche. Lo lleva a Ávila. Al hospital. Por urgencias.
-¡Urgencias! -nos exclamó Eusebio García Luengo sonriendo- ¡Si, entré por urgencias! Cinco horas de espera. Curioso. Pero me curaron al final. Menos mal.
Ya se estaba recuperando. Poco a poco, el amoratado de la cara, trocado luego en casi negro, fue desapareciendo.
Aunque nosotros creemos que las secuelas le fueron fatales. Al año siguiente volvió de vacaciones al pueblo serrano de Las Navas del Marqués. Y volvimos a las charlas con él. Aunque en su hotelito. Ya no salía de su casa. Apenas. Recordamos que un médico de la localidad, José Manuel, nos dijo:
-He visto el otro día he visto a tu amigo el escritor. Subía tambaleándose y... Bueno bueno... no le quedan muchos telediarios... de vida. Creo yo.
En septiembre cuando nos despedimos de él nos dijo:
-No sé, no sé... si volveremos a vernos.
Y unas lágrimas le salieron a su amojamado rostro. Nunca antes había ocurrido tal cosa.
En diciembre murió. Y, aunque duele la noticia, no nos sorprendió.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Strindberg me recordó a Eusebio García Luengo

En recuerdo y homenaje a ese escritor, Eusebio García Luengo, que tanto nos hizo pensar y que nos mostró su amistad, leímos las obras de teatro de Strindberg 'Danza macabra' y 'La señorita Julia'. Él era un enamorado del teatro de los sentimientos. Y si algún autor le llamó la atención más que otros ese fue Augusto Strindberg.
Es este escritor uno de los que aun se mantiene en escena. Por ejemplo,
'La señorita Julia' ha sido representada hace poco en numerosas ciudades de España.
Por si usted, que lee esta nota, siente interés por este teatro que tanto admiraba nuestro amigo, el escritor D. Eusebio García Luengo he aquí los comienzos de ambas obras a las que les pondremos fecha de publicación y traductor. Habrá otras editoriales y otras traducciones pero éstas son las que nosotros tenemos.


a) Danza macabra

b) La señorita Julia

*

DANZA MACABRA

AUTOR: AUGUSTO STRINDBERG

PUBLICACIONES ESPAÑA

MADRID, 1921

TRADUCCION DE MANUEL PEDROSO

PERSONAJES:
EDGARDO, capitán en un fuerte de artillería
ALICIA, su mujer, antigua actriz
KURT, jefe de lazareto

PERSONAJES SECUNDARIOS:
JENNY.- LA VIEJA.-EL CENTINELA (mudo)

ESCENA

Interior de un redondo torreón de piedra gris.
En el fondo dos grandes puertas con mampara de cristales, a través de las cuales se ve una playa, con baterías, y el mar. A cada lado de la puerta, ventanas con flores y pájaros. A la derecha de la puerta, un piano; más en primer término, un costurero y dos butacas. A la izquierda, en nedio del escenario, una mesa de trabajo con un aparato telegráfico; más al frente, un estante con retratos. Junto a él una otomana. Aparador junto a la pared. Lámpara colgante. En la pared, al lado del piano, cuelgan dos coronas de laurel con cintas y un gran retrato de mujer, en traje de escena. Al lado de la puerta un gran perchero, al descubierto, con prendas de uniforme, sables, etc. Junto una chiffoniere. A la izquierda de la puerta una gran columna barométrica.

ACTO PRIMERO
_____

Una tarde cálida de otoño. Las puertas del fuerte están abiertas y a través de ellas se ve un artillero haciendo centinela con un casco bávaro; su sable brilla de vez en cuando a los reflejos del sol poniente. El mar, oscuro y tranquilo.
El capitán está sentado en una butaca a la izquierda, junto al costurero, con un cigarro apagado en la mano. Viste uniforme gastado, botas de montar y espuelas. Su aspecto es de cansancio y agotamiento.
Alicia está sentada en la butaca de la derecha, sin hacer nada. Cansada y con ansia de espera
.

EL CAPITAN.- ¿Quiéres tocar algo?
ALICIA (indiferente, pero no malhumorada).-¿Qué debo tocar?
EL CAPITAN.-¡Lo que tu quieras!
ALICIA.-No te gusta mi repertorio.
EL CAPITAN.-Ni a ti al mío.
ALICIA (esquiva).- ¿Quieres dejar abiertas las puertas?
EL CAPITAN.-¿Si es tu gusto...?
ALICIA.-Pues entonces déjalas...! (pausa) ¿Por qué no fumas?
EL CAPITAN.-Empiezo a no poder aguantar el tabaco fuerte.
ALICIA (casi amable).-Fuma otro más suave... ¡Pues es esa tu única alegría, según dices!
EL CAPITAN.-¿Alegría? ¿Qué cosa es esa?
ALICIA .-¡No me lo preguntes! Lo ignoro lo mismo que tú... ¿No quieres beber pronto tu whisky?
EL CAPITAN.-¡Esperaré un poco aun! ¿Qué hay para esta noche?
ALICIA.- ¡Yo que sé! ¡Pregúntaselo a Christel!
EL CAPITAN.-¿No ha empezado ya el tiempo de los verdeles? ¿No estamos ya en otoño?
ALICIA.-Si, en otoño.A
EL CAPITAN.-Otoño dentro y fuera. Pero dejando esto aparte, como el otoño trae consigo frío, dentro y fuera, no vendría mal un verdel al horno con unas rajas de limón y un vaso de borgoña blanco.
ALICIA.-¡Ahora te vuelves elocuente!
EL CAPITAN.-¿Nos queda aun borgoña en la bodega?
ALICIA.-No sé que desde hace cinco años tengamos siquiera bodega.
EL CAPITAN.-No sabes nunca nada. Per tenemos que proveernos para nuestras bodas de plata.
ALICIA.-¿Tienes de veras propósito de celebrarlas?
EL CAPITAN.-Naturalmente que si.
ALICIA.-Sería más natural que escondiésemos nuestra miserable vida de veinticinco años.
EL CAPITAN.-Querida Alicia: miserable ha sido, pero a ratos lo hemos pasado bien. Y hay que aprovechar el corto tiempo, que luego se acaba todo.
ALICIA.- Se acaba. ¡Si fuera verdad!
EL CAPITAN.-¡Se acaba! Lo quede se puede sacar en una carretilla y echarlo en un macizo del jardín.
ALICIA.-Y tanto ruido por un macizo.
EL CAPITAN.-Si, así es. Pero yo no lo he hecho.
ALICIA.- Tanto ruido.
(Pausa.)
ALICIA
.-¿Has cogido el correo?
EL CAPITAN.-Si.
ALICIA.-¿A cuánto sube?
EL CAPITAN (saca un papel del bolsillo y se coloca los anteojos, que enseguida se vuelve a quitar).-Leelo tú misma. Yo noveo.
ALICIA.-¿Qué te ocurre con la vista?
EL CAPITAN.-No lo sé.
ALICIA.-La edad.
EL CAPITAN.-No digas tonterías. ¿Yo?
ALICIA.-¡Si, yo no!
EL CAPITAN.-Ehm.
ALICIA (mirando la cuenta).-¿Puedes pagar esto?
EL CAPITAN.-Si; pero no ahora.
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LA SEÑORITA JULIA, tragedia naturista en un acto

AUTOR: AUGUSTO STRINDBERG

M. AGUILAR . EDITOR

MADRID . 1933

TRADUCCIÓN DE CRISTOBAL DE CASTRO

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Una amplia cocina con techo de vigas decoradas y las paredes laterales ocultas entre telas. La pared del fondo avanza, sesgada, hacia el centro de la escena. A la izquierda, también, dos alacenas adornadas con papel de cocina, y en ellas, batarías de estaño, hierro y cobre. A la derecha, primer término, se ve parte de una gran puerta vidriera, en arco,por donde se divisa una fuente, con surtidor y un amorcillo, entre el ramaje de saúcos en flor y algunos chopos. Puertas a derecha e izquierda. Por la izquierda se distingue la esquina de un fogón de ladrillos con parte de la campana. A la derecha, una mesa de madera blanca para el servicio y algunas sillas. Sobre la mesa, una gran jarra japonesa, con ramos de saúco. También el fogón está adornado con ramas de abedul. En el suelo, esparcidas, ramas de enebro. Un cajón grande para el hielo. Un lavabo. Un fregadero. Sobre la puerta, un grande y antiguo reloj de péndulo. Una bocina de comunicación interior. Cristina, a la izquierda del hogar, remueve una tartera puesta al fuego. Lleva vestido claro y delantal de cocina. Por la puerta de cristales entra Juan, de librea. trae en las manos unas botas de montar, y las deja en el suelo, bien a la vista del público.

JUAN
.-También esta noche parece que la señorita Julia está medio loca, ¡loca de atar!
CRISTINA.-¿Qué? ¿Ya estás ahí?
JUAN.-Si, vuelvo ahora de la estación, de acompañar al señor conde. Al pasar entré en la barraca del baile y allí me encontré a la señoria Julia bailando con el guarda. En cuanto me vio, vino derecha a mí y me invitó a un vals de los que bailan los señores. Bailó de un modo, que no he visto cosa igual. Cuando te digo que está loca...
CRISTINA.-Si... Está violenta desde lo que le sucedió con su prometido.
JUAN.-Es posible. De todos modos, era un buen muchacho. ¿Tú sabes cómo ocurrió la cosa? Presencié yo la escena a escondidas.
CRISTINA.-¿Cómo? ¿Qué tú los viste?...
JUAN.-Si. Verás: estaba una noche en el patio de las caballerizas, y la señorita le 'amaestraba', según decía. ¿Sabes cómo? Pues haciéndole saltar sobre la fusta, como un perro, a la voz de '¡hop, hop'!. Por dos veces saltó sobre ella y recibió otros tantos latigazos; pero, a la tercera, le arrancó la fusta de la mano, la hizo pedazos y se marchó.
CRISTINA.-¿Qué me cuentas? Pero, ¿pasó así?
JUAN.- Como telo digo. ¿No tienes algo bueno de comer, Cristina?
CRISTINA (saca la tartera del fuego y le sirve en un plato a Juan).- Aquí tienes. Un trozo de riñón del asado de ternera.
JUAN (olfateando el guiso).-Está muy bien. Es una verdadera delicia. (tocando el plato) Pero has debido calentarme el plato.
CRISTINA.-Cuando te pones tonto, eres más exigente que el señor conde. (le da un cariñoso tirón del pelo)
JUAN
(con brusquedad).- ¡Ay! No me tires de esa manera... Ya sabes que soy muy delicado.
CRISTINA.-¡Qué atrocidad! Si era un cariñito... (Juan sigue comiendo) (Cristina saca una botella de cerveza del cajón del hielo)
JUAN
.-¿Cerveza en la noche de San Juan? Muchas gracias... Tengo yo algo mejor. (abre el cajón de la mesa, saca una botella de vino tinto, con etiqueta amarilla) Etiqueta amarilla. ¿Ves? Trae un vaso. Mejor una copa; para beber un vino como este una copa.
CRISTINA (se dirige otra vez al fogón y coloca en él una cacerola pequeña).- ¡Dios asista a la que haya de ser tu mujer! ¡Valiente bribón!
JUAN.-Bueno, no presumas... Ya te darías por contenta con un muchacho tan fino como yo... No creo que te perjudique la suposición de que haya algo entre nosotros... (paladeando el vino) Muy bien... Muy bien... Le falta un poquitín de punto... (calentando la copa entre las manos) Este lo compramos en Dijón: cuatro francos el litro, sin casco, más el impuesto. ¿Qué dices ahora? ¡Vaya olor!...
CRISTINA.-Una porquería del demonio que la señorita Julia ha dispuesto para dársela a 'Diana'.
JUAN.-Deberías usar otros términos... ¿Por qué has de estar en una noche de fiesta guisoteando para los animales? ¿Es que está enferma la perra?
CRISTINA.- Si... Se escapó con el perro de presa. Aquí mismo hicieron juntos sabe Dios qué diabluras, y la señorita Julia no está por esas...