viernes, 2 de marzo de 2007

Diego de Torres Villarroel (*): CAÍDOS EN LA TRAMPA (1)

Diego de Torres Villarroel: una página de ‘Vida’, ‘Trozo Cuarto’

(Una página de ‘Vida’, ‘Trozo Cuarto’, obra de Diego de Torres Villarroel, autor salmantino, clásico de las letras castellanas-, en el que narra un suceso que le ocurrió, allá por el año de 1732, cerca de Las Navas)

CAÍDOS EN LA TRAMPA (1)

“Con la circunspección en que me metí, y con la mayor quietud a que me sujeté, empezaron a engordar mis humores, a circular la sangre con más pereza, a llenarse de conocimientos errados el estómago y a rebutirse los hipocondrías de impurezas crudas, de tristísimos humos y de negras afecciones. Subieron a ser males penosos todas estas indisposiciones desde el día veinte de enero del año de treinta y dos, que pasé a las inclementes injurias del aire y la nieve en el puerto de Guadarrama, en los montes que tiene el conde Santisteban entre Las Navas y Valdemaqueda.
Diré brevemente el suceso.

Yo perdí el camino, y, al anochecer, rogué a un pastor, que venía de una de las casas de los guardas de aquel sitio, que me pusiese en la calzada real. Recibí erradas las señas, y después de haber dejado el carril, que seguía a la distancia que el pastor me dijo, entré en otra carretera bastantemente trillada y reducida. Caminábamos sumidos en el rebozo de la capa de mí criado y yo, huyendo del azote del aire y la nieve, y a corto trecho de mí oigo un grito suyo, que dijo:


-‘Señor, que me ha tragado la tierra’.

Revolvíme con prontitud para socorrerle, y, al tomar media vuelta sobre la derecha, se hundió mi caballo con estruendo terrible y dio conmigo en tierra, lastimándome con curable estrago todo un muslo. Salí como pude, y a pesar de las oscuridades de la noche, percibí que había sacado mi caballo una pierna atravesada de unos clavos de hierro, introducidos en dos trancas horrorosas de madera, a quien llaman cepos los cazadores de los lobos. Acudí a mi criado y lo hallé tendido debajo de su animal, que estaba también cogido en otro cepo. Hice muchas diligencias para ver si podía quitarle las pesadas cormas; y, como en mi vida había visto semejante artificio, no encontré con los medio de librar de él a mis caballos. Medrosos de no cer en otras trampas, y desesperados de no poder levantar del suelo a nuestros animales, hicimos rancho, expuestos toda la larga noche a los rigores y asperezas del frío y del viento. Con los pedernales de las pistolas, pólvora y trapos de una camisa, que saqué de mi maleta, encendíamos lumbre; pero luego se nos volvía a morir con la humedad. En esta tristísima fatiga, y con el desconsuelo de no oír ni un silbo ni un cencerro ni seña alguna de estar cercanos a algún chozo, majada o alquería, nos encontró la luz de la mañana, a la que vimos el estrago y pérdida de nuestros rocinantes. Cargamos con nuestras maletas a pie, y a breve rato dimos con el lobero; sacó este los pies de los caballos de los cepos; reconocimos que el uno tenía cortados los músculos, nervios y tendones de la pierna, y que el otro solamente los tenía atravesados. Guiónos a la casa de un guarda llamado Calabrés, y en su chimenea nos reparamos del frío de la noche; nos dio para almorzar una gran taza de leche, puso para comer una estupenda olla con nabos y tocino, y, gracias a Dios, pasamos felizmente el día. Murió el un caballo, y el otro se curó con mucha dificultad en Las Navas; y en dos jacos de alquiler de este lugar proseguimos nuestra derrota hasta Ávila de los Caballeros, y en la casa del marqués de Villaviciosa acabé de convalecer de mi tormenta con sus favores, sus regalos y mi conformidad.”

(1) El título es nuestro

Página XIII de 'Fontana Sonora', suplemento de la revista 'Caminar Conociendo', nº 7 de julio de 1998

(*) Diego de Torres Villaroel:

(Salamanca, n. 1693- m. 1770) Escritor español. A los 15 años gana una beca de retórica en el Colegio Trilingüe. Luego de ordenarse subdiácono, en 1715, va a Madrid, donde vivió trabajando en los más variados oficios. En 1726 gana, por oposición, la cátedra de matemáticas de la Universidad de Salamanca, pero, metido en un proceso judicial, huye a Portugal y no regresa hasta 1734. En 1745 se mete a cura católico. Durante los últimos años de su vida fue administrador del duque de Alba. Desde 1721 publica, con el nombre de Gran Piscator Salmantino, sus augurios y predicciones.


Es autor, entre otras obras literarias, de Los desahuciados del mundo y de la gloria (1736-1737), Anatomía de lo visible e invisible en ambas esferas y Un viaje fantástico (1738), Vida natural y católica (1743) -prohibida por la Inquisición-, El ermitaño y Torres (1752).


Escribió asimismo dramas, poesías satíricas, narraciones (Sueños morales, visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo en Madrid, 1727-1751; Sacudimiento de mentecatos habidos y por haber, 1726) y, sobre todo, una autobiografía extraordinaria: Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras de don Diego Torres de Villarroel (1743-1751).

No hay comentarios: